Daniel Alvaro
Ontology and politics of the community. The faint thread between Bataille, Blanchot and Nancy
Abstract: Georges Bataille, Maurice Blanchot and Jean-Luc Nancy are the leading referents of the history of the debate on the question of community in France. Their respective works and the textual exchanges between each other gave rise to a singular scene of the contemporary thinking, in which some of the most significant theoretical and practical events of the recent past and present appeared interlaced. In this article, we propose to provide an overview on the development of the debate, so then inquire one by one the positions of Bataille, Blanchot and Nancy. The privileged point of view to analyze the main places of encounters and disencounters will be the difference, present in all three authors, between a political and an ontological sense of the community. Keywords: Ontology – Politics – Community – Bataille – Blanchot – Nancy
Resumen: Georges Bataille, Maurice Blanchot y Jean-Luc Nancy son los referentes de la historia del debate sobre la cuestión de la comunidad en Francia. Sus obras respectivas y los intercambios textuales entre unos y otros dieron lugar a una escena singular del pensamiento contemporáneo donde aparecen entrelazados algunos de los acontecimientos teóricos y prácticos más significativos del pasado inmediato y del presente. En este artículo nos proponemos ofrecer una visión de conjunto sobre el desarrollo del debate, para luego indagar una a una las posiciones de Bataille, Blanchot y Nancy. El punto de vista privilegiado para analizar los principales lugares de encuentro y de desencuentro será la diferencia, presente en los tres autores, entre un sentido político y un sentido ontológico de la comunidad. Palabras clave: Ontología – Política – Comunidad – Bataille – Blanchot – Nancy
Ontología y política de la comunidad. El tenue hilo entre Bataille, Blanchot y Nancy
La historia del debate sobre la cuestión de la comunidad en Francia parece no tener fin. Con cada nuevo texto que aparece la trama se vuelve más densa y el relato recomienza. En el transcurso de los últimos años se dieron a conocer nuevas formulaciones filosóficas y políticas, pero también, y aunque parezca meramente anecdótico, salieron a la luz algunos datos biográficos hasta ahora poco conocidos de sus protagonistas. Como se sabe, Georges Bataille, Maurice Blanchot y Jean-Luc Nancy son los principales referentes de esta historia. Sus obras respectivas y los intercambios textuales entre unos y otros dieron lugar a una escena singular del pensamiento contemporáneo donde aparecen entrelazados algunos de los acontecimientos teóricos y prácticos más significativos del pasado inmediato y del presente. Hoy, Nancy es el heredero y el único sobreviviente de los tres. Precisamente, algunas de sus publicaciones recientes están dedicadas a dar testimonio de lo que para él estaba en juego en esta escena, consciente o inconscientemente, de forma implícita o explícita.
Desde nuestro punto de vista, el testimonio de Nancy es sumamente valioso y amerita ser indagado por más de un motivo. En primer lugar, y de manera general, porque a partir de los datos que aporta permite una comprensión más amplia de un momento importante y sin embargo poco explorado de la vida intelectual francesa. En segundo lugar, y más particularmente, porque Nancy no duda en avanzar sobre los puntos más escabrosos de una discusión que por sus características propias y sobre todo en razón de las opciones políticas de sus participantes siempre estuvo rodeada de polémica.
En este artículo nos proponemos ofrecer una visión de conjunto sobre el desarrollo del debate, para luego examinar una a una las posiciones de Bataille, Blanchot y Nancy. El punto de vista privilegiado para analizar los principales lugares de encuentro y de desencuentro será la diferencia, presente en los tres autores, entre un sentido político y un sentido ontológico de la comunidad.
- La comunidad en disputa: Bataille entre Nancy y Blanchot
Comencemos haciendo un breve repaso de la historia del debate en cuestión. En 1983, la revista Aléa proponía un número temático dedicado a la comunidad. En cierto modo se trataba de una propuesta aventurada. Cabe destacar que en ese entonces, al menos en Francia, la palabra “comunidad” no era de uso corriente en los discursos teóricos, ni en el campo de la filosofía ni en el de las ciencias sociales. Para ese número de Aléa, Nancy contribuyó con un artículo que se hizo célebre: “La Communauté désœuvrée”. A pesar de que en aquel momento Nancy todavía no era un filósofo renombrado su texto fue muy leído y comentado. En 1986 publicó un libro homónimo donde incluía, además del mencionado artículo, nuevos textos sobre la temática. La comunidad inoperante o, como también se tradujo, La comunidad desobrada, es el primero de varios libros suyos donde se intenta articular un pensamiento de la comunidad.[1] La radicalidad del planteo pasaba, entre otras cosas, por el hecho de abordar el problema tanto desde una perspectiva ontológica como desde una perspectiva política. Desde luego, las mismas perspectivas o los modos de considerar el problema formaban parte de la radicalidad de la lectura de Nancy. Si ante todo llamamos la atención sobre la doble aproximación ontológica y política, es porque vemos allí una de las claves para empezar a dar cuenta de un hilo de pensamiento común a los tres protagonistas de esta historia.
Por un lado, Nancy intentaba responder a la pregunta por el ser de la comunidad, por el así llamado “ser-” o “estar-en-común” (être-en-commun). Concretamente, se preguntaba qué ontología corresponde a lo común una vez que esta palabra ha sido vaciada de sus connotaciones metafísicas ligadas al sustancialismo individual o colectivo; dicho de otra forma, una vez que lo común de la comunidad ya no se deja representar como una totalidad o como una inmanencia absoluta. Por otro lado, pero simultáneamente, Nancy buscaba en las reflexiones de Bataille una política novedosa, vale decir, una política alternativa tanto a los proyectos comunitarios fascistas y comunistas como al individualismo democrático liberal. Escrito en las postrimerías del comunismo soviético, el texto de Nancy invitaba a una consideración crítica del “totalitarismo” o “inmanentismo”, de la “inmanencia totalitaria” bajo todas sus formas, incluidos los regímenes dictatoriales y los democráticos.
Como respuesta al artículo de Nancy, Blanchot publica La comunidad inconfesable (1983)[2], libro con el cual se abría el debate. Blanchot tenía buenas razones para responder. En primer lugar porque Nancy se sirve desde el título de su artículo del concepto blanchotiano de désœuvrement. La noción de “inoperancia” o, si se prefiere, de “desobra”, que Blanchot solía emplear en el campo de la crítica literaria, es utilizada por Nancy con un sentido análogo pero para pensar otros órdenes de realidad. En segundo lugar, porque la interpretación en clave política que Nancy hace de Bataille tocaba a Blanchot directamente. Lo tocaba, además, en un lugar en extremo sensible donde se mezclaba lo público y lo privado, la política y la amistad. El libro La comunidad inconfesable puede ser leído como una respuesta fraterna y admirativa, pero también crítica en ciertos aspectos. En todo caso, no hay duda de que Blanchot (al igual que muchos otros que también respondieron sumándose al debate) se sintió fuertemente interpelado, de modo tal que no podía permanecer indiferente.
Después de estos dos libros y en parte como reacción a ellos aparecieron nuevos textos sobre la comunidad. En Francia, cabe recordar al menos la lectura desaprobatoria de Alain Badiou en Condiciones (1992)[3] y la lectura amistosa pero con reparos de Jacques Derrida en Políticas de la amistad (1994)[4]. De la comunidad también se ocupa el libro de Jacques Rancière, El desacuerdo (1995)[5]. Fuera de Francia, las principales repercusiones tuvieron lugar en Italia. Primero el libro de Giorgio Agamben, La comunidad que viene (1990)[6], y luego el de Roberto Esposito, Communitas (1998)[7], continúan a su manera el diálogo que emprendieron Nancy y Blanchot a través de Bataille.
Años más tarde, Nancy escribe un libro importante para entender este diálogo: La comunidad enfrentada (2002)[8]. Allí repasa la historia de los reenvíos textuales a propósito de la comunidad y, asimismo, aprovecha para explicar las cercanías y lejanías de su propia posición con relación a Bataille y Blanchot. A partir de esta nueva contribución empieza a quedar claro aquello que los unía y aquello otro, sin duda más difícil de nombrar, que al mismo tiempo los separaba.
Allí Nancy hace explícita su disconformidad con la solución de Bataille al problema de la comunidad, sin dejar de reconocer su deuda respecto de un pensamiento que admite sus propios límites y hasta cierto punto los excede. Lo cierto es que Nancy no había encontrado lo que buscaba en Bataille, a saber, una política nueva y fundamentalmente distinta de los extremos totalitarios y del individualismo propio de la democracia representativa. Los textos de Bataille sobre la comunidad de los años 30 son sin duda los más políticos aunque, justo es decirlo, son aquellos donde más claramente su fascinación por el comunismo alternó con una fascinación momentánea por el fascismo.[9] Luego de la Segunda Guerra Mundial, una vez descartados los proyectos colectivos extáticos o sagrados, Bataille renuncia a toda forma de comunidad política y tiende a reivindicar el universo particular de los amantes (tal como lo hace, muy expresamente, en “El amor de un ser mortal” (1951)[10], si bien el motivo de los amantes ya había ocupado a Bataille en algunos de sus escritos de antes de la guerra, por ejemplo, en “El aprendiz de brujo” (1938)[11]). De acuerdo con la interpretación de Nancy, gracias a esta renuncia, lo político y lo público en general quedaban desplazados por la denominada “comunidad de los amantes”, vale decir, por un vínculo privado y pasional, muy próximo a una comunión, que se opone y desafía a la homogeneidad del vínculo social y del Estado.
Ir más allá de Bataille —que es la tarea a la que invita Nancy en la página final del artículo de 1983— obligaba a repensar la relación entre dos instancias que, como empezaba a quedar en evidencia, exigían exámenes separados: por un lado, la instancia de lo político y, por otro, la instancia de lo común, que estrictamente hablando no es política ni apolítica porque ante todo remite a la existencia. La necesidad de hacer esta separación, que de manera indirecta y a la vez implícita ya hacía Bataille, se fue imponiendo de a poco en la meditación de Nancy.[12] Por su parte, la respuesta de Blanchot apuntaba en la misma dirección. De hecho, La comunidad inconfesable se divide en dos partes bien diferenciadas. En la primera parte, titulada “La comunidad negativa”, Blanchot se inspira en el artículo de Nancy y en textos de Bataille de distintas épocas para pensar la posibilidad de una comunidad en un momento del mundo donde, según afirma allí, ya ni siquiera parece posible tener una comprensión clara de lo que esa palabra designa. En la segunda parte, que lleva por título “La comunidad de los amantes”, se propone leer un relato de Marguerite Duras[13] para considerar la experiencia comunitaria que tiene lugar entre los amigos, las parejas y los amantes.
Ahora bien, es sintomático que incluso en los pasajes de su libro donde lo que está en discusión es el orden social o colectivo, Blanchot apenas se refiera a la cuestión política. Es llamativo que un libro que desde la primera página se encamina retomar la reflexión sobre la relación entre comunidad y comunismo, sobre la exigencia comunista, casi no hable de “política” y apenas mencione la palabra. Esta ausencia puede llevar a pensar que lo “inconfesable” del título está relacionado con la política. O también, que lo que Blanchot entiende por política ya no responde a esta palabra ancestral de nuestro vocabulario cotidiano. Ambas interpretaciones son posibles y, hasta cierto punto, como veremos enseguida, complementarias.
Durante mucho tiempo, todos estos asuntos quedaron abiertos a una especulación sin fin. La indeterminación de muchas de las proposiciones de Bataille, Blanchot y Nancy sobre la comunidad, sumada a la tonalidad excesivamente críptica que tienen muchos de estos enunciados, generó un clima de confusión y desconcierto entre los intérpretes, incluso entre aquellos interesados en mantener con vida o prolongar este debate en alguna dirección. Para quienes seguimos esta discusión con especial atención, y sobre todos para quienes tenemos interés en el modo en que estos autores articulan política y filosofía, el último libro de Nancy sobre la cuestión de la comunidad constituye una contribución altamente significativa. Aparecido en 2014, La comunidad descalificada o, según otra traducción, La comunidad revocada, es el nuevo episodio de una historia que probablemente no toque aquí a su fin pero que al menos, a partir de ahora y en parte gracias a esta nueva publicación, estaremos en condiciones de comenzar a entender de otro modo.[14]
- Blanchot y la “declaración de impotencia”
Desde su título, La comunidad inconfesable se plantea como un enigma para sus lectores. No tanto por los temas de los que trata sino por aquello que en su libro se sustrae desde el comienzo a toda tematización: lo secreto, lo indecible, lo incomunicable. Enigma irresuelto y quizás irresoluble. Sin embargo, veremos que una parte de lo que el libro encubre no carece de relación con lo que a su vez descubre o expone. Los temas se encuentran histórica y biográficamente vinculados entre sí y giran esencialmente en torno a la cuestión de lo “común”: el artículo de Nancy, el comunismo y la exigencia comunitaria, los grupos de Bataille (el surrealismo, el movimiento Contre-Attaque, la revista y sociedad secreta Acéphale, el Colegio de Sociología), la muerte del prójimo, la noción de sacrificio, el éxtasis, Nietzsche, la amistad, el relato ya citado de Marguerite Duras, Mayo del 68, la presencia del pueblo, la ética de Levinas, la comunidad de los amantes, la destrucción de la sociedad, lo femenino, la obra y la desobra.
Por momentos, pero especialmente al comienzo, Blanchot parece dirigirse a Nancy como si este fuera el único destinatario de su texto. Como si se tratara de una carta personal, más que de un ensayo destinado a la publicación. Hacia el final, en cambio, se tiene la impresión de que los verdaderos destinatarios de este libro son aquellos que intentan asumir o al menos comprender el pensamiento abstruso y por momentos contradictorio que Bataille lega a sus sucesores.
El autor de La comunidad inconfesable entabla una comunicación franca con Nancy, hecha de admiración y respeto, pero donde también hay lugar para los desacuerdos. Las diferencias pasarían, precisamente, por el modo de leer a Bataille, que es una de las tantas formas de heredarlo. Para Blanchot, buscar en Bataille una política de la comunidad —como hacía Nancy en el artículo de 1983— no sería una empresa apropiada, para empezar porque en su opinión Bataille no ofrece ninguna política comunitaria, ningún proyecto político comunitario particular, aun si “la exigencia política nunca estuvo ausente de su pensamiento”.[15] De forma tácita, Blanchot le hace saber a Nancy que “la comunidad negativa: la comunidad de los que no tienen comunidad” (frase que Blanchot le atribuye a Bataille pero de la cual no nos ofrece ninguna referencia) difícilmente pueda tener un correlato político efectivo. Y esto porque la exigencia comunitaria, para Bataille, de un modo u otro siempre terminó siendo la exigencia de “la ausencia de comunidad”: “comunidad de ausencia siempre lista a transformarse en ausencia de comunidad”.[16] Otra forma de decir que esta solo se presenta, cuando lo hace, ausentándose, perdiéndose, abandonándose a su propio abandono. Difícilmente se le pueda otorgar carácter político a una experiencia en común cuya existencia fugaz va a la par de su intrínseca negatividad y de su ruina consciente o inconscientemente buscada.
Blanchot evoca los sucesivos grupos de Bataille como tentativas más o menos expresas de sus participantes por hacer comunidad. Entre todos ellos, Contre-Attaque (grupo encabezado por Bataille y André Breton, fundado en 1935 y disuelto en 1936) es quizás el que tiene una impronta política más evidente. Blanchot lo describe como una “prefiguración de Mayo del 68”, en la medida en que su existencia está ligada a la “lucha”, a la “calle”, al “afuera”. Asimismo, “se deja atribuir ‘programas’ políticos, aunque lo que lo funda es más bien una insurrección de pensamiento”.[17] De lo cual se sigue que su fundamento no es la acción y, en el caso de que se le pueda adjudicar algún contenido político, este existe únicamente por inacción. Paradójicamente, el proyecto de este grupo (así como el de todos los grupos extremos de los que Bataille participó, tuvieran o no inscripción política) pasaba por no tener proyecto. La comunidad, así entendida, se sustrae a la presencia efectiva. O bien, aparece para desaparecer. Su realización exige la defección de aquellos que alguna vez la buscaron o la desearon. De ahí que Blanchot, leyendo a Bataille, pueda escribir: “[l]a ausencia de comunidad no es el fracaso de la comunidad: le pertenece como su momento extremo o como la prueba que la expone a su desaparición necesaria”.[18]
Ahora bien, no se puede pasar por alto que la lectura de Blanchot sobre el significado y los alcances de la comunidad en Bataille está en línea con su propia posición filosófica y política al respecto. En la segunda parte de La comunidad inconfesable dedica algunas páginas a interpretar el fenómeno “Mayo del 68”. Su importancia para nuestro análisis radica en que este parece condensar los rasgos esenciales de aquello que Bataille exigía de una experiencia comunitaria, aunque con dos diferencias notables: mientras que los grupos a los que hicimos referencia fueron en todos los casos el resultado deliberado de la voluntad de unos pocos iniciados, Mayo del 68 fue la manifestación espontánea de una sociedad entera.
Según la lectura de Blanchot, el rasgo distintivo de Mayo de 68 es la falta de proyecto. El mayo francés es caracterizado como la prueba de que el “encuentro feliz” a la vez súbito, festivo y socialmente desestabilizante, la “comunicación explosiva” entre conocidos y desconocidos, puede tener lugar sin proyecto, lo que equivale a decir sin plan y sin designio. Se lo describe como la prueba de que puede existir una forma de “estar-juntos” (être-ensemble) no motivada por acceder al poder y persistir en el tiempo. El estado de “efervescencia casi pura” de tal acontecimiento permitía vislumbrar que “derrocada o más bien ignorada la autoridad, se declaraba una manera todavía nunca vivida de comunismo que ninguna ideología era capaz de recuperar o reivindicar”.[19]
Mediante una operación sutil, Blanchot confirma su interpretación de la posición de Bataille respecto de la comunidad a través de su propia posición y sus afirmaciones en este sentido. En última instancia, la comunidad de la que nos habla Blanchot en su nombre y según su propia experiencia se precipita en la ausencia y en la no acción. El único tiempo o momento que le reconoce es aquel de la precipitación hacia un anonadamiento, hacia esa nada que marca el suspenso entre la presencia y la ausencia. Y la única potencia que le concede es aquella que “acepta no hacer nada”, es decir, la potencia de la impotencia asumida y afirmada. La divisa comunista, comunitaria y por ende política —si es pertinente usar este adjetivo para referirse al ideal de Blanchot— es el siguiente: “No hay que durar, no hay que formar parte de ninguna duración, cualquiera que esta sea”.[20]
La presencia del pueblo, tal como es evocada en estas páginas, tiene un significado diferente o incluso contrario al que suele tener en los discursos de quienes suscriben el poder de un movimiento popular insurgente. “¿Presencia del pueblo? Ya había abuso en el recurso a esta palabra complaciente. O bien, había que entenderla, no como el conjunto de las fuerzas sociales, listas a tomar decisiones políticas particulares, sino en su rechazo instintivo a asumir cualquier poder, en su desconfianza absoluta a confundirse con un poder al cual se delegaría, por lo tanto, en su declaración de impotencia”.[21]
La réplica de Blanchot a Nancy dejaba sin chances políticas concretas al pensamiento de la comunidad, por lo menos a aquel que identificamos con los autores que dieron lugar a este debate. Su única chance quedaba sujeta a un acontecimiento, como tal imprevisible, repentino o inesperado y, sobre todas las cosas, no destinado a convertirse en una forma de poder establecida ni a durar en el tiempo. Nancy se tomó varios años en elaborar una respuesta. Una primera tentativa —aunque, vista en retrospectiva, una tentativa mayormente fallida— fue el libro de 2001 ya citado: La comunidad enfrentada. Tal vez la muerte de Blanchot en 2003 le permitió a Nancy una toma de distancia y un examen más profundo y a conciencia de todo lo que el debate iniciado en los años 80 movilizaba tanto desde un punto de vista filosófico como político.
Se puede considerar un primer paso en esa dirección el breve libro de Nancy, Maurice Blanchot. Passion politique.[22] Se trata de un ensayo donde se aborda un tema por demás sensible: las posiciones políticas de Blanchot durante la década de 1930. Posiciones claramente identificadas como de “derecha”. Según Nancy, la perspectiva asumida por Blanchot en aquella época no es fascista, sino más bien nacionalista y espiritualista al mismo tiempo que católica, antisemita y antimodernista.[23] En lo que respecta al problema que nos ocupa, puede sorprender un pasaje de este ensayo donde se afirma sin ambages que La comunidad inconfesable retoma la misma “vena pasional” que animaba a los textos tradicionalistas de los años 30.[24] Desde luego, Nancy no desconoce el hecho de que con el correr del tiempo Blanchot tomó caminos completamente diferentes, caminos que lo llevaron a asumir posiciones de “izquierda”, como a partir de finales de la década de 1950 puede apreciarse sobre todo en sus escritos políticos más conocidos.[25] Todo lo que puede haber de contradictorio y hasta de inexplicable en estos vaivenes no hace más que reafirmar la tesis desplegada en este ensayo sobre las dos caras de una misma pasión política.
Un segundo paso que confirma y profundiza el anterior lo constituye el estudio que realiza Nancy en La comunidad descalificada o revocada. En este caso, se trata de un análisis minucioso del libro que Blanchot consagra a la comunidad. A través de esta interpretación, los aspectos más oscuros y delicados del debate salen a la luz pausada y paulatinamente. A continuación, nos ocuparemos de algunos aspectos puntuales de esta lectura que nos ayudarán a entender las implicaciones y consecuencias de los discursos comprometidos en esta disputa.
- Nancy y “el placer de estar juntos”
Empecemos por considerar este título extraño: La comunidad descalificada o revocada. A decir verdad, el título original, La Communauté désavouée, no se deja traducir fácilmente. El término désavouée se puede traducir ciertamente por “descalificada” o “revocada”, pero también por “desaprobada” o “rechazada”. Por lo demás, y como es evidentemente, Nancy está jugando con las palabras. El verbo désavouer deriva del verbo avouer (confesar), al igual que el adjetivo avouable (confesable) del cual procede a su vez el adjetivo inavouable (inconfesable), que Blanchot había utilizado para titular su libro sobre la comunidad. Desde el inicio, todo conduce a Blanchot y a su secreto a voces, a su confesión inconfesable.
Nancy comienza llamando la atención sobre el hecho de que el libro de Blanchot a menudo fue mencionado pero en general fue poco leído y analizado. Por otra parte, lo califica como un “hápax” en su obra, en tanto y en cuanto su tema principal no es la literatura, aun si esta juega allí un papel importante. Y agrega que la única vez que Blanchot retoma este hápax es en un breve texto, inmediatamente posterior, titulado Los intelectuales en cuestión (1984)[26].
Como decíamos más arriba, Nancy realiza una lectura minuciosa de La comunidad inconfesable. Pero no se trataría de un simple comentario, como ya ha habido otros, sino de la primera lectura que se ocupa “de la construcción de conjunto” y “de la economía propia del libro”.[27] Al mismo tiempo Nancy reconoce estar subsanando una falta: Blanchot había contestado raudamente a “La Communauté désœuvrée”, mientras que aquel se tomó más de 30 años en hacerlo. Esta demora se justifica aquí por el “asombro” inicial ante la rapidez y la contundencia de la respuesta de Blanchot, por los “efectos de intimidación” que producía esta figura y por una declarada “dificultad real para comprender”.
Acaso por la demora con la que llega, la respuesta de Nancy resulta categórica. Es considerada tanto con la obra como con el autor pero en ningún caso es complaciente. Asume una posición crítica que se acentúa claramente cuando lo que está en juego en el análisis es el tenor político de los enunciados de La comunidad inconfesable. En términos generales, la crítica de Nancy apunta al menosprecio de Blanchot por todo aquello que en su libro se presenta bajo la forma de tal o cual “política determinada”. Eso que aquí llamamos menosprecio, se habrá adivinado, es otra forma de referirse a la descalificación o revocación que nos indica el título. Lo que Blanchot reprueba, entonces, es la identificación de lo común de la comunidad con cualquier especie de obra o de presencia imaginables. Para Nancy se trata de una posición que hace lo imposible por mantenerse en la irresolución y que tiene como consecuencia la elusión de la política en todas sus posibilidades.
Como en parte vimos en el apartado anterior, la apuesta política de Blanchot consiste, de manera paradójica, en abstenerse de toda política concreta en favor de lo puramente ilimitado o más exactamente en favor de “lo imposible”. La paradoja es llevada al extremo cuando aquel da a entender de distintas maneras que la posibilidad de una comunidad, cualquiera sea esta, se confirma en su propia imposibilidad. En este sentido, es muy elocuente un pasaje de La comunidad inconfesable que refiere al espíritu de quienes fueron protagonistas de Mayo del 68: “Presencia inocente, ‘común presencia’ (René Char), que ignora sus límites, política por el rechazo a excluir lo que sea y la consciencia de ser, tal cual, lo inmediato-universal, con lo imposible como único desafío, pero sin voluntades políticas determinadas y, así, a merced de cualquier sobresalto de las instituciones formales contra las cuales se prohibía reaccionar”.[28]
En este y otros pasajes similares, Blanchot se pronuncia en contra de lo políticamente determinado y en favor de lo puramente indeterminado, lo desconocido y por lo tanto inclasificable. Este tipo de pronunciamiento se puede leer como expresión de una hesitación que atraviesa de punta a punta la reflexión de Blanchot sobre la comunidad, a saber, la vacilación entre la exigencia finita de las relaciones y las fuerzas sociales vinculadas a la experiencia comunista, por un lado, y la exigencia infinita entendida propiamente como exigencia de lo infinito, por otro.
Justamente, uno de los momentos importantes del libro de Nancy es cuando se detiene a analizar “los recuerdos del 68 de Blanchot”. Es allí donde comienza a detectar una toma de partido y, por consiguiente, una decisión, por parte de quien desearía mantenerse en un estado de permanente indecisión. A propósito de la política, de la cuestión y de la palabra política, “el texto de Blanchot se mantiene […] suspendido en un equilibrio infinitamente delicado, en verdad inaguantable, insostenible como la tensión entre ‘dos gravedades’, y porque responde a esta tensión”.[29] Se puede decir que es el equilibrio entre la gravedad del aquí y ahora y la gravedad del más allá de la política, entre la afirmación de la política y la aserción de un exceso de la política. Se trata, en suma, de una cierta estabilidad entre lo posible y lo imposible. No obstante esta aparente estabilidad —y esta es un hipótesis de Nancy que nosotros, por nuestra parte, refrendamos—, Blanchot inclina la balanza del lado de lo excesivo, de lo que se nos escapa por carecer de un tiempo y un espacio determinados. Al afirmar un sentido desmesurado de la política, lo que efectivamente termina privilegiando es esa misma desmesura (lo infinito, lo imposible) que solo es posible identificar con una dimensión trascendente.
La reprobación por parte de Blanchot de las acciones orientadas a una transformación de la organización económica, política y jurídica de la sociedad, está ligada a lo que Nancy no duda en llamar un “pensamiento de derecha”, un “anarquismo de derecha” o también un “anarquismo aristocrático”. Este último escribe: “Hay que ayudar a Blanchot en su confesión. Por definición, lo que se confiesa o lo que es inconfesable es una falta. La falta de Blanchot es su falta política de antes de la guerra”.[30] Si se sigue este razonamiento hasta el final, se desemboca en la siguiente conclusión: el deseo de Blanchot por mantenerse en la pura indecidibilidad, en un “equilibrio” o una “tensión” literalmente insoportable entre inmanencia y trascendencia, lo acerca a sus posiciones de la década de 1930, como una suerte de regresión a un romanticismo idealista poco o nada disimulado.
Al reprobar todo concepto, forma o figura de lo común, lo que en el fondo Blanchot reprueba es la comunidad misma. A esto refiere la “comunidad descalificada” o “revocada” del título. En la medida en que toda comunidad implica mínimamente un accionar individual y colectivo, relaciones y fuerzas concretas, un tiempo y un espacio específicos, es decir, todo aquello que Blanchot desestima y llega incluso a menospreciar, este no puede más que resistirla. El discurso de Nancy no solo hace patente esta resistencia a lo común y a la comunidad, sino que además declara su oposición a la disposición espiritualista, propia de un pensamiento elevado o superior, que en Blanchot pervive como huella de un aristocratismo largamente arraigado. En su caso, la indeterminación política corre a la par de la indeterminación filosófica. La una se hace visible a través de la otra y ambas se manifiestan en la “confesión de un rechazo principal de todo lo que daría una consistencia cualquiera a la relación, al encuentro, al prefijo co- o al con en general”.[31]
Simplificando un poco las cosas, se puede decir que “el punto del diferendo”[32] entre Nancy y Blanchot pasa fundamentalmente por el modo de entender en qué consiste lo común y, para ser más precisos, qué tipo de consistencia debe o puede tener la comunidad. Para Blanchot el encuentro es pura excepción, un instante que aparece desapareciendo, un acontecimiento que se deshace justo antes de volverse consistente precisamente porque de este modo se evita el riesgo de normalizar o banalizar su condición excepcional. Así, pues, el encuentro deviene un momento extraordinario allí donde prevalece la soledad y la separación, o incluso, para retomar una expresión cara a este autor, la “relación sin relación”. Para Nancy, en cambio, nada ni nadie puede quedar al margen de la relación (incluso si se trata de la relación sin relación) ya que este es el dato primero. Ser o estar en relación es la condición de posibilidad de la unión y la separación de los seres. El momento del encuentro puede ser instantáneo o duradero pero ni el encuentro mismo ni lo que resulte de allí está llamado a desparecer necesariamente. La diferencia —no la única, sino aquella que marca el punto y que definitivamente aleja a un pensamiento del otro— se establece en torno a la mayor o menor confianza que puede inspirar tanto política como filosóficamente el simple hecho de ser muchos y sin más recurso que estar juntos. Ya casi al final del libro, Nancy interroga una vez más la ambigüedad política de Blanchot y responde de manera perentoria: “¿No hay un placer de estar juntos —más acá o a distancia del sexo y/o del amor que ofrecen su hipérbole—? ¿No es de este placer de lo que se trata con el 68? ¿Y este libro mismo [La comunidad inconfesable] no sería secretamente la renovación de este placer y de su deseo? Pero hay que pensar que, a pesar de todo, este se ve llevado por una desconfianza hacia lo común y la comunidad —desconfianza hacia lo vulgar, lo gregario y lo normativo que hace temer ‘lo que puede ser común a aquellos que pretenderían pertenecer a un conjunto, a un grupo, a un consejo, a un colectivo’—”.[33]
***
Como se ha dicho y repetido, en los trabajos de Bataille, Blanchot y Nancy la comunidad es objeto de una aproximación política y de una aproximación ontológica. Pero el modo de relacionar estas instancias es muy distinto en los tres casos. Además de una afirmación política de la comunidad, cada uno a su manera afirmó una instancia no política de la vida en común. Dependiendo del autor y del momento en el que escribe, esta instancia se denomina “ontológica”, “trascendental” o incluso (y aunque resulte contradictorio con los recorridos filosóficos de estas tres figuras) “metafísica”. Básicamente, esto significa que en sus respectivos trabajos todos ellos han considerado con mayor o menor atención y profundidad un registro que se encuentra ya sea por debajo, ya sea por encima de la política, un registro que excede y que por eso mismo se encuentra más allá del conjunto de acciones de los gobernantes y gobernados que solemos identificar con la instancia propiamente política. Tendemos a ver aquí, en esta cuestión precisa y con todo difícil de determinar, el tenue hilo entre los textos de Bataille, Blanchot y Nancy sobre el problema de la comunidad.
En cierto modo, Bataille había abierto el camino. No obstante, y a diferencia de lo que se podría llegar a creer desde el momento en que se lo sitúa encabezando un debate destinado a prolongarse en el tiempo, su reflexión sobre la comunidad no tiene nada de sistemático. El concepto y el tema aparecen diseminados a lo largo de su obra, si bien hay ciertos momentos (algunos breves, otros prolongados) en que estos juegan un papel más importante o al menos más visible, como fueron, por ejemplo, la década de 1930 y la de 1950. A esto debe agregarse, como bien muestra Blanchot en su libro, que la comunidad para Bataille es tanto un problema teórico como práctico o vital. Por tanto, hay que pensar los distintos grupos a los que perteneció como experiencias comunitarias que a un mismo tiempo condicionaron y se vieron condicionadas por una gran variedad de ideas acerca de lo que es y/o de lo que debe ser una comunidad.
La inquietud política que anima la búsqueda de Bataille está fuera de discusión. En los textos de los años 30 se manifiesta muy claramente su pasión política (unas veces como atracción y otras veces como rechazo) por los movimientos radicales decididos a combatir la sociedad burguesa de la época. El motivo del “éxtasis” —luego recuperado por las lecturas de Nancy y de Blanchot— ocupa allí un lugar central. En el marco de nuestro análisis es preciso constatar que la experiencia extática a la que apela Bataille tiene tanto una valencia política como ontológica. Política, puesto que el éxtasis colectivo, aquel que se busca y se alcanza en los grupos y las comunidades consagradas a toda clase de excesos materiales y espirituales, tiene valor soberano. Y ontológica, ya que el éxtasis, entendido a la manera del ékstasis griego como un estar “fuera de sí”, y por lo tanto expuesto a una compartición sin principio ni fin, vale como fundamento de la existencia a secas. En ese momento crucial del recorrido de Bataille, ambas instancias aparecen juntas: si no mezcladas, al menos yuxtapuestas.
Por lo demás, compartimos la opinión de Blanchot cuando en referencia a Bataille dice que “la exigencia política nunca estuvo ausente de su pensamiento”. Aun así, no se puede desconocer que los textos escritos con posterioridad a la Segunda Guerra se desvían de la cuestión política para reencontrar la cuestión privada o si se quiere íntima de la comunidad de los amantes. Es materia de discusión si la comunidad erótica puede ser considerada ajena a una preocupación política por parte de Bataille, visto que aquella encarnaba para él la contracara de la verdad homogénea que ofrecen la sociedad y el Estado modernos. En todo caso, se puede afirmar que a lo largo del tiempo su reflexión sobre la comunidad tendió a dejar de lado los motivos fundamentalmente políticos en favor de una interrogación de cariz existencial.
En Blanchot, al igual que en Bataille, las dimensiones política y ontológica de la comunidad no están expresamente diferenciadas. Más bien, habría que decir que la diferencia entre una y otra existe de hecho. La exigencia comunista, aun si se la caracteriza como un simple pedido o un mero reclamo, tiene contornos políticos definidos: tal como la entiende Marx y muchas generaciones de comunistas que lo sucedieron es un compromiso teórico-práctico con la justicia, la libertad y la igualdad. Estos valores son legibles en La comunidad inconfesable y en muchos de los textos políticos que Blanchot escribe a partir de la década de 1950. Ahora bien, como se ha sugerido más arriba, esta exigencia política, como tal finita y sujeta a determinadas condiciones de posibilidad, está tensada con una exigencia de lo infinito y, por lo tanto, de lo imposible. Esta tirantez no se resuelve dialécticamente ni de ninguna otra forma. Blanchot insiste en mantenerse en esta imposible decisión y hacer de ella su única decisión posible. Pero si se tiene en cuenta el desdén constante por todo aquello que hace de la praxis política una acción determinada con límites precisos, no se tardará en deducir que en última instancia este toma posición por la pura indeterminación, la cual necesariamente tiene un alcance trascendental.
Al menos dos cosas deben quedar claras. En primer lugar, Blanchot no establece una diferencia expresa entre lo político y lo ontológico. En La comunidad inconfesable esta diferencia se sobreentiende. Al igual que en Bataille, una vez más, estas instancias aparecen juntas, tocándose o muy cerca una de otra. En segundo lugar, el hecho de que la posición de Blanchot lleve a pensar en un privilegio de la ontología sobre la política, no significa que la primera desplace completamente a la segunda. Si damos crédito a Nancy, lo que sucede, en realidad, es bastante más complejo. Según este, Blanchot rehúye el sentido corriente de la palabra “política” y en su lugar tiende a afirmar una “ultra-política”, esto es, “una política no instituida, no policial, no social, sino instituyente, inicial, hiperpolítica, revolucionaria en un sentido que no excluye en nada, por el contrario, la obligación más severa”.[34] Darle a la política un potencial infinito al mismo tiempo que se le retira toda especificidad tiene por efecto una confusión entre “fundación política” y “fundamento ontológico” que —siempre según Nancy— no contribuye en lo más mínimo a la comprensión del problema que plantea la comunidad desde la doble aproximación que seguimos aquí.
No se puede pasar por alto que el sentido hiperbólico de la “política” que lleva al enredo, si no a la simple y llana identificación, entre la instancia política y la instancia ontológica no es un gesto exclusivo de Blanchot. Empezamos a comprobar que se trata de un esquema de pensamiento del que los tres autores cuyos planteos examinamos fueron tributarios en mayor o menor medida. Tampoco Nancy, que en los últimos tiempos extremó su crítica contra esta esta indistinción, habría escapado al uso equívoco del término “política”. “En La Communauté désœuvrée yo mismo hacía empleos diversos, no siempre coherentes ni claros de la palabra ‘política’. Me hizo falta mucho tiempo para comenzar a liberarme de una confusión de la que todos estamos más o menos presos”.[35] Efectivamente, la distinción nancyana entre el registro político y el registro ontológico de la comunidad es bastante tardía. Se pueden rastrear signos de esta separación en algunos de sus textos de la década de 1990, pero es sobre todo en sus publicaciones más recientes donde esta se encuentra explicitada y argumentada.[36] Nancy justifica esta distinción que obliga a desacoplar la política de aquello que la sobrepasa a través del cuestionamiento a una convicción típicamente moderna según la cual “todo es político”. Lo político (o la política) es una esfera de la vida en común, al igual que el amor, la religión, el arte o el pensamiento. Dicho de otra manera, la comunidad no es enteramente política. Puesto que la política no es el único modo de ser y de hacer de la comunidad, esta no puede ni debe ser asumida en su totalidad por aquella.
Más allá o al margen de la política, pero en todo caso en relación con ella, se halla el sentido del estar juntos. Si en los últimos diez años Nancy ha insistido tanto en separar la política (o lo político) del sentido plural de las existencias singulares es porque, según él, para crear una política que tenga en cuenta lo común y, en suma, lo que somos, primero hay que intentar pensar qué es lo común y quiénes somos nosotros. Hay que empezar por el sentido, tal es el lema de esta apuesta. Pero el sentido es infinito y la política es finita. Por esa razón, Nancy aspira a que la política, dentro de sus posibilidades y por lo tanto de la capacidad de acción de cada uno y cada una, dé acceso al sentido, a los sentidos múltiples de la existencia. Nancy y Blanchot comparten una exigencia de lo infinito a la cual Bataille no es en absoluto ajeno. “Pero lo infinito”, escribe Nancy en el párrafo final de su último libro sobre la comunidad, “—y es esto lo que me aleja de Blanchot— no consiste simplemente en la fuga y en el desvanecimiento: es eso de manera mucho más presente y actual, está en la efectividad de una relación, de una proximidad, de un contacto”.[37]
Recrear la historia del debate sobre la comunidad en Francia, aunque sea de manera parcial y fragmentaria como hicimos aquí, es una oportunidad para pensar o repensar una serie de problemas que se encuentran en el corazón mismo de esta disputa y que por varias razones, a la vez teóricas, ideológicas y políticas, nunca terminan de exponerse con claridad. Evidentemente, no pretendemos haber zanjado ninguna de las grandes y complejas cuestiones que están en discusión. En todo caso, el recorrido realizado en este artículo puede servir para sacar algunas conclusiones provisorias. La primera y más elemental es que la dimensión ontológica de la comunidad, distinta y separada de la dimensión política, aunque en permanente relación con ella, ocupa un lugar preponderante en los estudios de los tres autores considerados. Esta preponderancia es uno de los rasgos característicos del modo de interrogar lo común que liga a Bataille, Blanchot y Nancy. En efecto, alrededor de estos nombres de se ha creado un ámbito de discusión al que se puede llamar existencial para diferenciarlo de otros ámbitos vinculados con la filosofía política o con las ciencias sociales donde también se discuten teorías y prácticas de la comunidad. La segunda conclusión es que la diferenciación y ponderación entre ontología y política es una operación a la vez filosófica y política. Esto quiere decir que el acto mismo de diferenciar y ponderar estas dos dimensiones tiene consecuencias o implicaciones en ambos planos. Como se ha visto, esta operación se repite implícita o explícitamente en Bataille, Blanchot y Nancy. Y hasta se puede ver en ella una marca distintiva que atraviesa el debate francés de punta a punta, a condición de saber que lo que en apariencia es un mismo y único gesto tiene modulaciones diferentes en cada caso particular. Los recorridos y los posicionamientos cambiantes y a veces contradictorios de los autores son signos inequívocos de que un mismo punto de partida no desemboca siempre y necesariamente en un pensamiento político homogéneo, sea de izquierda o de derecha, revolucionario, reformista o conservador.
El hilo entre Bataille, Blanchot y Nancy, tenue pero persistente, no deja de ser un curso posible del discurso. Sobre todo importa saber adónde conduce y en qué momento el curso se abre para dar lugar a una variedad de discursos política y filosóficamente heterogéneos entre sí. A efectos de una mayor comprensión del pasado y del presente de un debate intrincado donde confluyen exigencias múltiples, parece necesario tomar en consideración la singularidad de cada uno de los involucrados sin por ello renunciar a interrogar lo común de sus experiencias, de sus acciones y sus pasiones.
Bibliografía
AAVV, Lignes, nº 43, 2014, “Les politiques de Maurice Blanchot (1930-1993)”.
Agamben, Giorgio, La comunidad que viene, trad. J. L. Villacañas, C. La Rocca y E. Quirós, Valencia, Pre-Textos, 2006.
Badiou, Alain, Condiciones, trad. E. L Molina y Vedia, México, Siglo XXI, 2003.
Bataille, Georges, Lo que entiendo por soberanía, trad. A. Campillo y P. Sánchez Orozco, Barcelona, Paidós/ICE de la UAB, 1996, pp. 9-54.
——, La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939, trad. S. Mattoni, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003.
Bident, Christophe, Maurice Blanchot. Partenaire invisible, Seyssel, Champ Vallon, 1998.
Blanchot, Maurice, La Communauté inavouable, Paris, Minuit, 1983.
——, La comunidad inconfesable, trad. I. Herrera, Madrid, Arena, 2002.
——, Los intelectuales en cuestión, trad. M. Arranz, Madrid, Tecnos, 2003.
——, Escritos políticos, trad. L. Bidon-Chanal, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2006.
Derrida, Jacques, Políticas de la amistad seguido de El oído de Heidegger, trad. P. Peñalver y F. Vidarte, Madrid, Trotta, 1998.
Duras, Marguerite, El mal de la muerte, trad. J. M. G. Holguera, Barcelona, Tusquets, 1984.
Esposito, Roberto, Communitas. Origen y destino de la comunidad, trad. C. R. Molinari Marotto, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
Lacoue-Labarthe, Philippe y Nancy, Jean-Luc (dir.), Rejouer le politique, Paris, Galilée, 1981.
——, Le Retrait du polítique, Paris, Galilée, 1983.
Marmande, Francis, Georges Bataille, político, trad. B. L. Gercman, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2009.
Nancy, Jean-Luc, La comunidad inoperante, trad. J. M. Garrido, Santiago de Chile, LOM/ARCIS, 2000.
——, La comunidad desobrada, trad. P. Perera, Madrid, Arena, 2001.
——, La Communauté désœuvrée, Paris, Christian Bourgois, 2004
——, Ser singular plural, trad. A. Tudela Sancho, Madrid, Arena, 2006.
——, La comunidad enfrentada, trad. J. M. Garrido, Buenos Aires, La Cebra, 2007.
——, La verdad de la democracia, trad. H. Pons, Buenos Aires, Amorrortu, 2009.
——, Maurice Blanchot. Passion politique, Paris, Galilée, 2011.
——, Polique et au-delà. Entretien avec Philip Armstrong et Jason E. Smith, Paris, Galilée, 2011.
——, La Communauté désavouée, Paris, Galilée, 2014.
——, La comunidad descalificada, trad. C. de Peretti y C. Rodríguez Marciel, Madrid, Avarigani, 2015.
——, La comunidad revocada, trad. L. Felipe Alarcón, Buenos Aires, Mardulce, 2016.
——, Que faire ?, Paris, Galilée, 2016.
Nancy, Jean-Luc y Bailly, Jean-Christophe, La comparecencia, trad. C. Rodríguez Marciel y J. Massó Castilla, Madrid, Avarigani, 2013.
Rancière, Jacques, El desacuerdo, trad. H. Pons, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996.
Rodríguez Marciel, Cristina, “Jean-Luc Nancy y Maurice Blanchot: el reparto de lo inconfesable”, Escritura e imagen, Vol. 8 (2012), pp. 259-276.
Surya, Michel, L’autre Blanchot. L’écriture de jour, l’écriture de nuit, Paris, Gallimard, 2015.
[1] Véase La comunidad inoperante, trad. J. M. Garrido, Santiago de Chile, LOM/ARCIS, 2000 y La comunidad desobrada, trad. P. Perera, Madrid, Arena, 2001. Después de este libro, otras dos publicaciones continuaron la línea de investigación sobre la comunidad: La comparecencia ([1991] trad. C. Rodríguez Marciel y J. Massó Castilla, Madrid, Avarigani, 2013), escrita junto a Jean-Christophe Bailly, y Ser singular plural ([1996] trad. A. Tudela Sancho, Madrid, Arena, 2006). En una etapa posterior, Nancy publica nuevos libros que tratan menos sobre la comunidad en cuanto tal que sobre el debate abierto en torno a ella. Sobre estos últimos diremos algo más adelante.
[2] Trad. I. Herrera, Madrid, Arena, 2002.
[3] Trad. E. L Molina y Vedia, México, Siglo XXI, 2003.
[4] Trad. P. Peñalver y F. Vidarte, Madrid, Trotta, 1998.
[5] Trad. H. Pons, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996.
[6] Trad. J. L. Villacañas, C. La Rocca y E. Quirós, Valencia, Pre-Textos, 2006.
[7] Trad. C. R. Molinari Marotto, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
[8] Trad. J. M. Garrido, Buenos Aires, La Cebra, 2007. Otra valiosa contribución para entender este diálogo se encontrará en C. Rodríguez Marciel, “Jean-Luc Nancy y Maurice Blanchot: el reparto de lo inconfesable”, Escritura e imagen, Vol. 8 (2012), pp. 259-276.
[9] Para una aproximación en clave política de la obra de Bataille, véase F. Marmande, Georges Bataille, político (1985), trad. B. L. Gercman, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2009.
[10] En G. Bataille, Lo que entiendo por soberanía, trad. A. Campillo y P. Sánchez Orozco, Barcelona, Paidós/ICE de la UAB, 1996, pp. 9-54.
[11] En G. Bataille, La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939, trad. S. Mattoni, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003.
[12] Puede considerarse un primer indicio de esta separación el trabajo que a partir de 1980 llevaron a cabo Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe en el “Centro de investigaciones filosóficas sobre lo político” en la ENS de París. Antes de que el “Centro…” se disolviera en 1984, sus investigadores publicaron dos libros que vale la pena mencionar: P. Lacoue-Labarthe y J.-L. Nancy (dir.), Rejouer le politique, Paris, Galilée, 1981 y P. Lacoue-Labarthe y J.-L. Nancy (dir.), Le Retrait du polítique, Paris, Galilée, 1983. Sobre estas cuestiones, me permito remitir a mi trabajo, Autor, Año.
[13] El mal de la muerte (1982), trad. J. M. G. Holguera, Barcelona, Tusquets, 1984.
[14] Véase La comunidad descalificada, trad. C. de Peretti y C. Rodríguez Marciel, Madrid, Avarigani, 2015 y La comunidad revocada, trad. L. Felipe Alarcón, Buenos Aires, Mardulce, 2016.
[15] La Communauté inavouable, Paris, Minuit, 1983, p. 14. Si no se indica lo contrario, las traducciones son mías.
[16] Ibid., pp. 12-13.
[17] Ibid., p. 27.
[18] Ibid., p. 31.
[19] Ibid., p. 53. Este pasaje se puede leer en correspondencia con otro pasaje de Blanchot redactado para el primer y único número de la revista Comité, aparecida en octubre de 1968: “El comunismo: lo que excluye (y se excluye de) toda comunidad ya constituida”, citado en J.-L. Nancy, La Communauté désœuvrée, Paris, Christian Bourgois, 2004, p. 25.
[20] La Communauté inavouable, op. cit., p. 56.
[21] Ibid., p. 54.
[22] Paris, Galilée, 2011.
[23] Ibid., pp. 25, 32-33, 39.
[24] Ibid., p. 30 y ss.
[25] Véase M. Blanchot, Escritos políticos, trad. L. Bidon-Chanal, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2006. Para un análisis contextualizado de estos complejos desplazamientos políticos, remitimos deliberadamente a tres publicaciones que expresan puntos de vista diferentes: la biografía de C. Bident, Maurice Blanchot. Partenaire invisible, Seyssel, Champ Vallon, 1998; la revista Lignes, nº 43, 2014, “Les politiques de Maurice Blanchot (1930-1993)”; y el libro de M. Surya, L’autre Blanchot. L’écriture de jour, l’écriture de nuit, Paris, Gallimard, 2015.
[26] Trad. M. Arranz, Madrid, Tecnos, 2003.
[27] La Communauté désavouée, Paris, Galilée, 2014, p. 16.
[28] La Communauté inavouable, op. cit., pp. 53-54.
[29] La Communauté désavouée, op. cit., p. 77.
[30] Ibid., p. 125.
[31] Ibid., p. 142.
[32] Ibid., p. 153.
[33] Ibid., pp. 151-152.
[34] La Communauté désavouée, op. cit., p. 156.
[35] Ibid., pp. 36-37.
[36] Véase, entre otros, La verdad de la democracia ([2008] trad. H. Pons, Buenos Aires, Amorrortu, 2009), Polique et au-delà. Entretien avec Philip Armstrong et Jason E. Smith (Paris, Galilée, 2011) y Que faire ? (Paris, Galilée, 2016), especialmente el primer ensayo, “Politique et par-delà”.
[37] Ibid., pp. 164-165.